De algunas solo queda el recuerdo, a veces demasiado frágil. De otras, hasta mapas y expedientes. Un proyecto de ciencia ciudadana redescubre el patrimonio minero aragonés.
Artículo originalmente publicado en el suplemento de ciencia y tecnología de Heraldo de Aragón Tercer Milenio, el 9 de agosto de 2020.
La autora del artículo es Pilar Perla.
La foto que ilustra esta entrada es de Esther Mateo.
Cerca de Sallent de Gállego hay un pico que se llama el Garmo de la Mina, aunque ya nadie recuerda que haya habido una por allí. «Por más que he preguntado y rebuscado, se conocen otras minas en Sallent, pero no esta», se lamenta José Ignacio Canudo, aunque su voz se anima porque «hace unas semanas, un montañero nos mandó unas fotos de unas bocas de mina en esa zona, de nada fácil acceso; en cuanto pueda haré una visita».
Por todo Aragón hay minas de las que a veces solo queda el nombre y se ha perdido su ubicación, los detalles de sus andanzas y hasta su recuerdo. Con el fin de hacer aflorar sus pequeñas historias, perdidas o al menos desconocidas para la mayoría, y recuperar así la memoria del patrimonio minero aragonés, el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza ha lanzado el proyecto de ciencia ciudadana ‘Minas olvidadas’. El llamamiento, a través de redes sociales, «para devolver a la vida a estas minas aragonesas olvidadas, recolectando información acerca de sus nombres, su localización (coordenadas o cómo llegar), los minerales que se extraían…, hablando con padres y abuelos sobre sus historias, y animando a buscar esos minerales perdidos en un cajón que hace años se recuperaron en alguna de estas minas», coincidió con el confinamiento, señala Canudo, director del museo, y ha dado y sigue dando frutos. Sabían que había veta de minas olvidadas que explotar, pero «no me imaginaba que pudieran haber existido tantas –confiesa–, llevamos 1.100 entradas en la base de datos -germen de al futura web de minas olvidadas-, incluyendo también canteras históricas, y estoy seguro de que llegaremos a las 2.500″.
Aragón ha sido siempre «un lugar de mucha minería: «En nuestra tierra, desde época de los romanos, cualquier cosa que brillara se intentaba explotar», pero, salvo excepciones como las minas de carbón o de hierro de Teruel o Bielsa, siempre han sido pequeñas, lo da la geología».
Son explotaciones «de uso poco más que local y con muchas ilusiones detrás; en una sociedad pobre, el afán de prosperar o de hacerse ricos rápidamente hacía que la gente, ante la mínima brizna de mineral brillante en la roca, se embarcara en una gran inversión y abriera un agujero, una mina que en dos o tres años se cerraba. Por eso se ha perdido su memoria o vagamente se acuerda alguien». Pero aún se puede seguir su rastro.
A veces la única pista es una acción, de las que se emitían y vendían para animar a la gente a invertir y financiar la puesta en explotación de una mina que ni se sabe si llegó a llevarse a cabo. Como la acción de la mina de plomo argentífero Santa Rosalía en Pardos, un pueblo abandonado, al sur de Zaragoza, que Miguel Calvo encontró en una feria de coleccionistas y de la que poco más se conoce. «En ocasiones la empresa fracasaba, pero también hay mucha minería de papel, pura ficción para engañar y que hace cierta esa definición de mina como un agujero excavado en el suelo por un mentiroso», dice Calvo.
Es auténtica pasión lo que este químico, profesor de Tecnología de los Alimentos en la facultad de Veterinaria, tiene por los minerales, que para él «son química que se puede tener en la mano». Y esas minas pequeñas que está redescubriendo este proyecto del Museo de Ciencias de Naturales con el que tan a gusto colabora son «como una ventanilla al interior de la tierra que facilita la investigación en mineralogía aragonesa porque podemos asomarnos a ver qué hay».
Siempre trabaja en equipo –se recomienda ir siempre acompañado y nunca entrar en minas abandonadas, la mayoría hundidas, por el peligro que supone– y, junto a otros socios de la Asociación Mineralógica de Aragón, que agrupa a medio centenar de personas, ha hecho hallazgos como encontrar por primera vez en España minerales tan raros como la bottinoíta, en una mina de Lanzuela (Teruel). «En ciencia somos muchos siempre –destaca–, desde gente de la asociación dispuesta a picar en el campo y ver si algo brilla o colaboradores que hacen un análisis de microsonda en Múnich». Le dejo poniendo cubiertas a unos informes mineros antiguos, documentación que le gusta comprar en ferias y mercadillos o rescatar de desvanes. La protege «por si tiene que pasar de manos, que ya soy mayor» y también la estudia a fondo y publica los resultados.
No es el único que guarda y cuida. «El abuelo de una compañera geóloga, Verónica Hernández –cuenta Canudo–, fue alcalde de Laspaúles y guardó los libros de las minas de cobre y pirita que allí hubo hasta los años cuarenta, con todos los gastos anotados con detalle: un pico, 2 pesetas». Como parte de su estudio, en la universidad están vaciando los expedientes mineros, los permisos para explotar, que conservan los archivos provinciales, «pero ese otro tipo de información no está en ningún sitio oficial ni en ninguna publicación científica y sesuda», sino pegado al territorio, es un conocimiento que atesoran las gentes que lo habitan.
Cerca de cien personas han aportado ya información, fotos, datos –escribiendo a museonat@unizar.es o llamando al 636 081 477– o han donado minerales a un proyecto que no para de crecer y de desenterrar historias. Entre los participantes se cuentan, enumera Canudo, «desde el montañero y el espeleólogo al sabio popular, también perfiles más profesionales, de científicos enamorados de su pueblo, o aficionados muy expertos y también hijos y nietos de mineros» como Bárbara, nieta de Manuel Marqués, minero de Ojos Negros y autor de ‘Historia de un hombre recto’, llena de esfuerzos y vivencias.
Las piezas que van llegando formarán parte de la futura colección mineralógica del Museo de Ciencias Naturales. Las historias van viendo la luz en la web, pero «la idea es recopilar y hacer accesible en internet, por localidades, toda la información, fotos, planos, documentos… de la base de datos que estamos confeccionando, un patrimonio que, de otro modo, corre el riesgo de perderse para siempre. Hacen falta tiempo y también recursos».
Que no se rompa el hilo
«No olvidarnos del pasado, seguir enlazando con nuestros padres y abuelos y con las tradiciones, que no se rompa el hilo conductor con el presente». Es lo que mueve a personas como José María Agudo a rescatar la memoria de las minas de yeso o del pequeño arenero de Aladrén; ya planea hacer un corto sobre cómo se hacían el carbón o la cal.
Otro apasionado de su pueblo natal, Luis Moliner, sueña con que la cantera La Valfonda, a unos 3 kilómetros de Alcorisa, se valore. Cree que, «por su fácil acceso y su grado de conservación, con muy poca inversión en seguridad y señalización podría llegar a ser un aula al aire libre para divulgar el trabajo de cantero y un referente del turismo de naturaleza».
Esta misma idea de dar valor a lo que fue está detrás de la consulta de un restaurante de Benasque ubicado justo donde llegaba la pirita, literalmente volando, desde las minas de Cerler. «Nos han escrito porque han encontrado herramienta y están pensando en recuperar de algún modo esa historia», señala Canudo. Hace décadas, de aquellas piritas llegó a sacarse oro y, aunque los geólogos nos avisan de que si a alguien se le ocurre ir por allí en busca de oro, no lo encontrará porque para recuperarlo hacen falta toneladas de piritas y un complejo proceso químico, la memoria de estas y otras minas olvidadas es el verdadero tesoro que hoy, y también mañana, podemos compartir.
¿Hay oro en el Pirineo?
Relucen pero no son de oro. El río Aurín desemboca en el Gállego cerca de Sabiñánigo y hay citas del siglo XIX que mentan las enigmáticas minas de oro, plata y plomo de Ornet, topónimo relacionado con la peña Oroel; hasta una postal retrata a ‘Aneto y minas del oro’ de las que no queda ni rastro. El único oro del Pirineo aragonés se obtuvo como subproducto del proceso industrial de la empresa que explotó la mina de piritas de Cerler. Eran pequeñas cantidades –unos 4 kg al año–, pero se trata de la única cita fiable de presencia de oro en el Pirineo oscense. La Industrial Química de Zaragoza llegó a procesar 1.500 toneladas de mineral que destinaba a la obtención de ácido sulfúrico para fabricar superfosfatos en su planta de Zaragoza. En 1936 desarrolló técnicas para extraer cobre y oro de los residuos de pirita. Esther Mateo, de la Universidad de Zaragoza, realizó en 2007 un estudio mineralógico de esta mina. De todo aquello solo quedan edificios derruidos, restos del sistema aéreo de transporte del mineral y un gran boquete al que se llega por el aún llamado camino de La Mina.
Arena, el antepasado del estropajo
Hubo en la localidad de Aladrén una pequeña explotación de uso doméstico. Según han contado Sagrario Valiente, de 87 años, y su hermana Ángeles, de 85, la arena se usaba para quitar el hollín y lucir los pucheros de cerámica en los que se hacía la comida, al fuego de leña de los hogares. También limpiaba como nadie la grasa de las grandes ollas de la matacía. La pequeña historia de esa mina ha llegado hasta el proyecto ‘Minas olvidadas’ a través del hijo de Sagrario, José María Agudo, ingeniero y profesor de la universidad que aprovechó el confinamiento para enviar fotos e información, en este caso de primerísima mano: «También a mí me mandaban de crío a por esa arena tan abrasiva». Su madre y su tía fueron dos ‘mineras’ que, cuando eran pequeñas, iban a raspar con un hierro la ‘veta’ para desprender la arena, que luego cribaban. En un caldero, se llevaban a casa esta arena más fina. Una parte la vendían a otras mujeres «para sacar alguna perrilla». Después llegaron los estropajos verdes y las cocinas de butano… y la mina quedó prácticamente olvidada.
Piedra de casa para los monumentos
Es «una de las grandes desconocidas de Alcorisa», dice Luis Moliner, alcorisano y geólogo. Él mismo nunca había oído hablar de esta cantera que se explotó durante siglos hasta que un bloguero de la localidad, Óscar Librado, ‘El explorador de proximidad’, le consultó, intrigado, por las extrañas formas de un enclave cercano al campo de fútbol. «Él había imaginado explicaciones fantasiosas, pero, en cuanto subimos, pude reconocer el frente de explotación y numerosas marcas de sillares en proceso de extracción, también oquedades para captar agua de lluvia y refrigerar las herramientas». Empezó a investigar y se encontró con «una cantera con bastante historia», de la que se debieron de extraer «más de 10.000 m3 de arenisca». La piedra arenisca de esta cantera de Valfonda se reconoce en varios edificios de Alcorisa, entre ellos la iglesia de San Sebastián (siglo XVIII), pero se sospecha que pudo estar activa mucho antes. Dan la pista las marcas de cantero medievales de algunos sillares de los arcos originales de la plaza del Ayuntamiento, reutilizados de construcciones anteriores.
La olvidada Cueva de la Sal
En la estepa de María de Huerva hay un enclave único: una oquedad natural producida por efecto de una surgencia de agua a lo largo de miles de años. No parece una mina pero lo fue. Una modesta mina de sal de uso local desconocida para el Museo de Ciencias Naturales hasta que llegaron hasta allí unas fotos enviadas por Mario Gisbert, del Centro Espeleológico de Aragón. Era una de esas minas olvidadas que estaban buscando. Una vez más, se redescubre la Cueva de la Sal. Y tiraron del hilo. Jesús Martín, guía local y colaborador del museo les puso en contacto con el arqueólogo José Ignacio Lorenzo, buen conocedor de aquel término municipal, que compartió lo que conocía por tradición oral. No es una mina hecha por el ser humano, «sino la utilización de una pequeña surgencia de agua y su recolección en un caldero de cobre donde se decantaba la sal. Un tipo de mina por manantial«. Aquel caldero «para facilitar la evaporación y recogida de la sal lo robaron los quintos de los años setenta para vender el cobre y hacer una merienda».